Al referirse al río Bogotá, los habitantes de El Charquito coinciden en afirmar que este está vivo. Al mismo tiempo, todos son testigos del estado crítico de contaminación de sus aguas, el cual ha transformado radicalmente la relación que los charcunos tienen con él. Como cuentan los miembros de la EPAP, los vecinos recuerdan que cuando empezó a bajar espuma del río, tuvieron que buscar otras fuentes de agua. La contaminación no solo ha desplazado la vida acuática, sino el vínculo material y afectivo que la gente ha entablado con el río.
A la contaminación se suman los impactos que ya había traído la construcción de la hidroeléctrica El Charquito -emblemática por ser la primera del país- a finales del siglo XIX, pues con esta se redujo el caudal de las principales fuentes hídricas de la vereda. La abundancia de agua que tuvo este territorio y que ahora está ausente ha hecho que la comunidad se organice y trabaje unida por el río.
En El Charquito, el río Bogotá vuelve a comportarse como un río de montaña.
Después de pasar por Bogotá y encontrarse con las compuertas de Alicachín, donde su pulso se detiene, sus aguas bajan hacia la vereda y se lavan gracias a la velocidad y turbulencia que adquieren con la caída. El río revive, pero no deja de estar contaminado. Se oxigena su atmósfera subacuática, nuevamente respira, pero la lluvia ácida de río sigue oxidando los alambres de púas y los marcos de las ventanas. Los cantos rodados de su cauce guardarán por cientos de años la memoria de este daño.