La palabra mhuysqa chupqua significa humedal, pero también pezón. La leche materna es sangre filtrada. El agua que purifican los humedales podría ser esa misma sangre filtrada.

En el año 1993, el riesgo de ver transformado el Humedal La Conejera en una urbanización llevó a que sus vecinos se organizaran en su defensa y lograran su reconocimiento como reserva distrital. Con este precedente, sembraron la semilla para que se creara la Red de Humedales de la Sabana de Bogotá, el movimiento que hoy aboga por la restauración y el cuidado de estos ecosistemas anfibios.

La Red Conejera es la organización comunitaria que desde 2016 se encarga de proteger la microcuenca del Humedal La Conejera. A partir de actividades de educación ambiental -que buscan recordar la relación simbiótica y sagrada que tuvieron los mhuysqas con el agua- y de restauración, esta red cuida parte del corredor ecológico que conforma la Reserva Van der Hammen y que conecta los Cerros Orientales con el valle aluvial del río Bogotá.

Por su parte, en su proceso de defensa, la Reserva -que fue declarada en 2011 y tiene un carácter regional- cuenta con el apoyo de la veeduría ciudadana para su protección y del colectivo Sembradores VDH, en el que participa la Red y el cual lidera la restauración de los ecosistemas de bosque, humedales y zonas de pradera que hacen parte de esta.

Velar por la conectividad ecológica y social de este corredor es también velar por el río que la ciudad fácilmente niega: aguas color de luto, aguas sin pulso, aguas reflejo de una conexión olvidada entre cuerpos humanos y cuerpos de agua.

La Sabana de Bogotá fue un gran lago que se originó en el proceso final de formación de la Cordillera Oriental hace siete millones de años. El lago desapareció con la creación del Salto del Tequendama, cuando Botchiqa -según cuenta la tradición mhuysqa- tocó las rocas con su bastón y le dio paso a las aguas. La Sabana se transformó radicalmente, pero no dejó nunca de ser una planicie inundable. Como recordando al primer lago, en la temporada de lluvias sus suelos arcillosos retienen el agua.

El río Bogotá atraviesa la Sabana de norte a sur. Desde antes de entrar a Bogotá, su cauce se encuentra confinado por jarillones que no permiten que este se expanda. En la ciudad, los jarillones separan al río de los humedales, lo que impide que a su cauce retornen las aguas purificadas.

Los cuerpos de agua que desembocan en el río Bogotá por el borde norte son afluentes sin vida. El río absorbe los desechos de Chía y Cota, y atraviesa los 88 kilómetros de su trayecto por Bogotá, apenas arrastrándose. En el camino igualmente recibe las aguas contaminadas de los ríos urbanos Torca, Salitre, Fucha y Tunjuelo, que lo debilitan y dejan sin aliento. A lo largo de su cuenca media, el rio prácticamente corre muerto. Pero aguas más abajo, con inmensa nobleza, este vuelve y revive.

¡Baje aquí nuestra publicación digital para conocer la cuenca!

¿Cómo se come un río?

Inspirados por los esfuerzos de diversos colectivos que cuidan el río, el 26 de abril de 2023 convocamos a 16 habitantes y guardianes de la cuenca a un Piquete de Río Bogotá en el Salto de Tequendama.

Desde Villapinzón, Suesca, Sesquilé, Bogotá, El Charquito y el Tequendama se sumaron representantes de cabildos Muysca, acciones de restauración ecológica y gestión comunitaria del agua, educación ambiental, turismo de naturaleza, huerteros y líderes de mercados campesinos.

Fue un Piquete para soñar lo improbable: juntar cuidadores del río para comer en uno de sus puntos más contaminados, para conocer los alimentos de su cuenca y las recetas que se han transmitido por generaciones.

¡Un Piquete para compartir el amor por la cuenca, y claro… para comerse el río!