La mitología mhuysqa está estrechamente imbricada con el devenir del río Bogotá. Además de haber sido una ruta principal de comercio amerindio, el río fue y sigue siendo un conector espiritual para los mhuysqas. A las aguas del río las custodian en diferentes puntos sus dioses y los sitios sagrados que se encuentran sobre su cuenca –nacimientos, rocas, cuevas– son bocas en las que se depositan, como alimento, los pagamentos.
Al salir de Suesca, el río deja de estar confinado entre montañas y su pulso se mantiene fuerte al pasar, medio día después, por Sesquilé. Durante este trayecto, el río no atraviesa grandes zonas urbanas, su cauce recorre libremente por la Sabana. Durante este tiempo, el río no atraviesa grandes zonas urbanas, su cauce recorre libremente por la Sabana. Empieza a comportarse como un río aluvial: disminuye su velocidad, cambia de color y sus aguas se abren, divagan, forman y cortan meandros. El río se ensancha y profundiza, su vitalidad podría hospedar a cangrejos, guapuchas y capitanes. Pero la fuerza de este pulso está enmarcada entre fronteras que impiden que la vida fluya de manera continua por su cauce. Pagar en espiritual hace parte de las formas en que las comunidades mhuysqas buscan ensanchar estas fronteras, del nacimiento a la desembocadura del río, para cuidarlo.