Los manas son aljibes naturales que forma la lluvia y que abastecían a los campesinos de la vereda La Merced, en Villapinzón, antes de la construcción del acueducto. Las lluvias caían de marzo a agosto y el agua, entonces, era suficiente. La montaña no estaba tan poblada y las actividades productivas requerían agua, pero no la agotaban. Quienes actualmente están a cargo del acueducto de La Merced cuentan que este surgió de la necesidad que identificaron los abuelos de asegurar el agua antes de que se les escapara.

Fueron sabios, dicen, porque previeron que habría sequías y que los manas desaparecerían. El acueducto de La Merced es resultado de una iniciativa comunitaria impulsada por un grupo de habitantes locales, quienes en 1980 se unieron para construir una infraestructura que pudiera captar y distribuir el agua del río Bogotá en la vereda.

Estos pioneros, como se les recuerda, tenían claro que el agua debía democratizarse y cuidarse, por lo que también se organizaron para administrar el acueducto a partir de la conformación de una junta en la que sus miembros aún hoy trabajan de manera voluntaria. Con alrededor de 150 puntos de agua instalados, el acueducto es un mapa del poblamiento de la vereda y un gran rizoma de tubos por los que corre el río y se comunica, bajo tierra, la montaña.

A lo largo de la historia, los acueductos han sido obras públicas asombrosas que tienen la virtud de hacer aparecer el agua con un gesto, el de abrir la llave, como si la llave fuera la fuente, un truco fascinante pero a la vez engañoso porque oculta el lugar en el que se origina el agua. Mi acueducto, como llaman a este acueducto veredal muchos de sus usuarios, es una confirmación del sentido de pertenencia que este tiene para la gente, así como un caso en el que se reconoce y celebra la continuidad del agua que nace en el páramo y se consume en la casa.

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El río Bogotá nace con el agua pura, la más pura que Luis Alejandro Camacho, hidrólogo y estudioso del río, ha registrado en su historia. Pero el río Bogotá también es uno de los ríos más contaminado del mundo. De sus 380 kilómetros, 160 son anaerobios: la vida no respira bajo el agua. Esta falta de oxígeno se debe al vertimiento de aguas residuales domésticas, agrícolas e industriales desde la cuenca alta, más aún, diez kilómetros después de que inicia su recorrido, cuando su caudal todavía es muy pequeño. El río atraviesa 47 municipios desde su nacimiento hasta su desembocadura, y tarda alrededor de 20 días en hacer este viaje.

Luis Alejandro habla de que el río Bogotá tiene al menos tres vidas. Por ser un río de montaña, este tiene la capacidad de lavarse a sí mismo, lo que le permite renacer repetidas veces. Así, su pulso -la metáfora que el utiliza para referirse a sus estados fluctuantes- sigue latiendo hasta que sus aguas se encuentran con las del río Magdalena.

Pero su vida igualmente depende de que lo cuidemos, que es lo que día a día hacen los habitantes de la vereda La Merced, las personas detrás de las demás iniciativas que conforman esta publicación y muchos proyectos más a lo largo de la cuenca. Esas acciones de cuidado muestran que el río se regenera todos los días y que su primer aliento no solo contiene el potencial concentrado de la expresión total de su vida, sino tambien la posibilidad de reimaginar su historia.

¿Cómo se come un río?

Inspirados por los esfuerzos de diversos colectivos que cuidan el río, el 26 de abril de 2023 convocamos a 16 habitantes y guardianes de la cuenca a un Piquete de Río Bogotá en el Salto de Tequendama.

Desde Villapinzón, Suesca, Sesquilé, Bogotá, El Charquito y el Tequendama se sumaron representantes de cabildos Muysca, acciones de restauración ecológica y gestión comunitaria del agua, educación ambiental, turismo de naturaleza, huerteros y líderes de mercados campesinos.

Fue un Piquete para soñar lo improbable: juntar cuidadores del río para comer en uno de sus puntos más contaminados, para conocer los alimentos de su cuenca y las recetas que se han transmitido por generaciones.

¡Un Piquete para compartir el amor por la cuenca, y claro… para comerse el río!