Los manas son aljibes naturales que forma la lluvia y que abastecían a los campesinos de la vereda La Merced, en Villapinzón, antes de la construcción del acueducto. Las lluvias caían de marzo a agosto y el agua, entonces, era suficiente. La montaña no estaba tan poblada y las actividades productivas requerían agua, pero no la agotaban. Quienes actualmente están a cargo del acueducto de La Merced cuentan que este surgió de la necesidad que identificaron los abuelos de asegurar el agua antes de que se les escapara.
Fueron sabios, dicen, porque previeron que habría sequías y que los manas desaparecerían. El acueducto de La Merced es resultado de una iniciativa comunitaria impulsada por un grupo de habitantes locales, quienes en 1980 se unieron para construir una infraestructura que pudiera captar y distribuir el agua del río Bogotá en la vereda.
Estos pioneros, como se les recuerda, tenían claro que el agua debía democratizarse y cuidarse, por lo que también se organizaron para administrar el acueducto a partir de la conformación de una junta en la que sus miembros aún hoy trabajan de manera voluntaria. Con alrededor de 150 puntos de agua instalados, el acueducto es un mapa del poblamiento de la vereda y un gran rizoma de tubos por los que corre el río y se comunica, bajo tierra, la montaña.
A lo largo de la historia, los acueductos han sido obras públicas asombrosas que tienen la virtud de hacer aparecer el agua con un gesto, el de abrir la llave, como si la llave fuera la fuente, un truco fascinante pero a la vez engañoso porque oculta el lugar en el que se origina el agua. Mi acueducto, como llaman a este acueducto veredal muchos de sus usuarios, es una confirmación del sentido de pertenencia que este tiene para la gente, así como un caso en el que se reconoce y celebra la continuidad del agua que nace en el páramo y se consume en la casa.